Conocida también como la bahía más hermosa de américa, la ciudad más antigua de américa del sur fundada por los españoles en tierra firme, que aún existe, rica por su patrimonio arquitectónico, paisajes, cultura, historia, tesoros coloniales y una hermosa flora y fauna para disfrutar.
Santa Marta lo tiene todo, la Sierra Nevada con una red de ecosistemas única en el planeta, rico en vestigios arqueológicos de la cultura del grupo indígena teyuna; las hermosas playas del Parque Nacional Natural Tayrona, con una naturaleza virgen y exuberante, reconocidas entre las más bellas del mundo, Taganga un pintoresco pueblo de pescadores donde disfrutar del sol, el mar y la playa, Minca, pueblito cafetero y turístico que conduce a la Sierra Nevada con una temperatura más agradable, El Rodadero sitio turístico con gran infraestructura hotelera que cuenta con una playa muy visitada.
La ciudad cuenta con un legado histórico que se puede apreciar en su arquitectura y en las calles del centro histórico, recorrido ideal para visitar lugares como el parque de Bolívar la catedral, el parque de los novios, museos, el paseo de Bastidas y la marina de yates donde se puede disfrutar de románticos atardeceres que hacen de este paraíso natural un destino turístico ideal para disfrutar, conocer y recordar.
Fue el navegante y conquistador español don Rodrigo Galván de las Bastidas (1445 – 1527) quien después de haber participado en el segundo viaje de Cristóbal Colón, el 5 de junio del año 1500, a Bastidas se le concedió licencias para descubrir islas o tierras no visitadas por Colón u otros navegantes.
Zarpando en dos naves, San Antón y Santa María de Gracia, del puerto de Cádiz, acompañado por Juan de la Cosa y Vasco Núñez de Balboa, en 1524, se dirigió desde la isla de Santo Domingo a tierra firme para descubrir las costas de Colombia, lo que lo llevo hasta la bahía de Santa Marta, en 1525 fundo la ciudad, Santa Marta, actual capital del departamento colombiano del Magdalena, de la que el rey le otorgó el titulo de gobernador, capitán general y adelantado. Juan Villafuerte, su propio lugarteniente, dirigió una conspiración contra Bastidas que casi le cuesta la vida. Herido en el atentado, intenta volver a Santo Domingo. El 28 de julio de 1527, al anclar en Santiago de Cuba, fallece. Sus restos reposaron en Santo Domingo hasta que a mediados del siglo XX fueron trasladados a Santa Marta por petición del gobierno local y reposan actualmente en la Catedral de la ciudad.
Bastidas trajo consigo 50 pobladores, algunos con sus cónyuges, y animales de cría. Bastidas hundió La nave grande “para que la gente perdiese la esperanza de volver”. Frente al mar se abrió la plaza y en tres de los lados de su marco se alzaron las manzanas adjudicadas a los participantes en la fundación. Las construcciones fueron de madera y palma.
Luego de la muerte de Bastidas la situación de la ciudad fue de inestabilidad, sus sucesores cometieron tropelías con Los aborígenes y se dedicaron al despojo y al saqueo. Por otra parte Los nativos no se dejaron someter fácilmente. La reducción de los Tayrona duró casi un siglo, sólo en el año 1600, el gobernador Juan Guiral Velón con 200 hombres derrotó a los indígenas de los pueblos de Jeriboca, Bonda, Mamatoco, Masinga, Durama, Origua, Dibocaca, Doana, Masaca y Chengue; más de setenta de sus caciques fueron ajusticiados, entre ellos Cuchadque, cacique de Jeriboca y jefe principal, este fue atado a dos potros y su cuerpo partido en cuatro pedazos, y cada uno expuesto en las entradas de la ciudad y su cabeza en una jaula, para escarmentar a Los nativos. Las casas de los caciques fueron quemadas y las pertenencias de la población fueron botín de los soldados españoles. Los nativos sobrevivientes fueron obligados a asentarse en poblaciones en La llanura y a pagar el costo de la operación pacificadora. Así desapareció La cultura Tayrona.
Santa Marta fue la puerta por donde entraron los europeos para colonizar el resto del país. Entre ellos, Jiménez de Quesada, Pedro de Heredia, Suárez Rendón, Pedro de Ursúa y Antonio Díaz Cardoso. Después de un buen comienzo, la llegada de los piratas en 1543 marcó su decadencia, porque los comerciantes se fueron para Cartagena, ciudad que tomó la supremacía de navegación, ya que los navíos españoles no llegaban al puerto samario. Santa Marta fue atacada y tomada por piratas franceses, ingleses y holandeses. El robo, las torturas, el sufrimiento, la intranquilidad alejaron a muchos pobladores y los obligó a emigrar a lugares más seguros, como Cartagena, Mompox y Ocaña. La ciudad quedó casi despoblada y de la urbe primigenia no quedaron vestigios porque fue quemada más de veinte veces, hasta 1692.
A pesar de todo, creció durante los tres primeros siglos pues en 1725 tenía las siguientes calles que se fueron formando, a partir de la Plaza Mayor, en el sitio que hoy ocupa el edificio del Banco de la República: Calle de la Marina o de la Cruz (hoy No. 12), Calle de la Iglesia Mayor o de San Francisco (hoy No. 13), Calle del Cuartel o de la Cárcel (No. 14), Calle de la Acequia (No. 15), Calle Santo Domingo (No. 16), Calle de la Veracruz, Calle Real o Calle Grande (No. 17). Otras fueron la Calle de Mamatoco (nombre asignado a la prolongación hacia el Este de la Calle de San Francisco) y la Calle de Madrid en dirección al Camino Viejo de Gaira (hoy Avenida Bavaria). A partir de 1820, se fue formando el sector Oeste de esta calle, con el nombre de Calle del Pozo (No. 18).
En cuanto a las carreras actuales, sólo existían tres hasta finales del siglo XVIII y apenas se perfilaba la Carrera Cuarta o Callejón Real. La Carrera Segunda actual tomaba el nombre del brazo del río que recorría antiguamente su rumbo; por lo tanto se llamaba Calle del Río hasta la Calle Grande. Luego, tomaba el nombre de Callejón del Seminario, debido al edificio que aún se levanta en ese lugar. Más adelante se conocía como Callejón del Cuartel, pues pasaba por el viejo Comando de Infantería construido allí en 1792 por don Antonio Marchante, el mismo que construyó la Catedral actual.
Frente al Cuartel se formó la segunda plaza importante de la ciudad, la Plaza de Annas, rebautizada desde 1827 como Plaza de la Constitución y actualmente Parque de Bolívar, porque en su costado Noreste está la Casa de la Aduana donde se alojó Simón Bolívar desde el 1º hasta el 6 de diciembre de 1830. En esa misma casa fue velado su cadáver desde la noche del 17 de diciembre hasta el 20, cuando fueron sepultados sus restos en la Catedral.
Ya en el siglo XX nacieron hacia el Sur las Calles de San Antonio y Burechito (Nos. 20 y 21) y la Calle de la Carnicería, llamada luego Calle Tumbacuatro (No. 19), debido al barrio de extramuro que allí existía. La ciudad llegaba hasta la Carrera Quinta actual, en forma discontinua, pues comenzaba allí mismo el sector rural y una serie de casas aisladas. Conservó su aspecto arquitectónico colonial hasta 1945 aproximadamente, cuando la tendencia del cambio movida por la sensación de que la ciudad no progresaba por estar aferrada a las casas viejas, hizo que se derrumbaran los hermosos caserones para dar paso a construcciones de inferior calidad y estética. También se fueron formando en las haciendas periurbanas los barrios del Norte y del Sur (Pescadito, La Castellana, La Salina, El Cerro de la Viuda, Manzanares y Martinete).
A principios del presente siglo, la ciudad tenía todavía como centro la Plaza de San Francisco, con el viejo mercado construido en 1881, durante la gobernación de José María Campo Serrano, aprovechando los cimientos de una edificación escolar. A su alrededor, en: el callejón de la actual Carrera 5a., se reunían los carruajes arrastrados por mulas y burros. O los primeros carros que se estacionaban en la Plaza para el servicio del público. En las calles de San Francisco y de la Cárcel estaban ubicados los principales almacenes del comercio local. Durante el día, al recorrer las calles del centro, se escuchaban los pianos y las notas de ejercicios de los cultores de la música que tocaban algún instrumento. Se respiraba aire de una ciudad culta, la misma que en 1851 presenció el grado de los primeros abogados en el Colegio Provincial Santander, y de los médicos en la Escuela de Medicina del Hospital San Juan de Dios (1857).
La transformación arquitectónica afectó notablemente a la Santa Marta del presente, en cuanto concierne a sus construcciones coloniales. De las ermitas y templos sólo quedan la iglesia de San Francisco (1597), la iglesia del hospital San Juan de Dios (1746) y la Catedral actual (1765). De los castillos o fuertes sólo encontramos las ruinas del San Fernando, reconstruido parcialmente en años anteriores, y el del Morro que no se ha restaurado aún. Los otros se perdieron, como el de San Juan de Mata (1602), el de San Vicente (1644), el de San Antonio (1719), el de Betín (1663) y el de la Peña de Lipe-San Fernando (1667-1725). Santa Marta comienza en los últimos 30 años a extenderse. Nacen barrios residenciales y de invasión y al quitar el cinturón férreo para darle paso a la Avenida del Ferrocarril, hace apenas unos 20 años, la ciudad se proyecta por todo el valle y se abandona el centro histórico.
Dos hechos para recordar en Santa Marta fueron el Primer Centenario de la muerte del Libertador en 1930 y la llegada de los restos de Bastidas, en 1953. El primero se conmemoró con desfiles y parada militar de la Guardia del Libertador, diversos actos en la Quinta de San Pedro Alejandrino y visita del Presidente Olaya. La guardia fue preparada con jóvenes de la sociedad samaria, quienes prestaron su servicio especial portando uniformes traídos desde Alemania, así coma quepis y cascos parecidos a los que usa la Guardia Presidencial. Los restos del fundador de Santa Marta fueron traídos desde la ciudad caribeña de Santo Domingo por el alcalde Juan Ceballos, el obispo Bemardo Botero y el ministro Escobar Camargo, con una escala hecha en la capital de la República.
Hasta hace pocos años, los samarios mirando siempre al mar, por allí llegaban las cosas buenas y los artículos comerciales. Los dos camellones (el de Barros y el Nuevo) eran sitio obligado de reuniones, caminatas vespertinas de amigos o enamorados y el lugar donde todas las tardes, hasta las 8 de la noche, se encontraban jóvenes, ancianos y niños. Estos últimos frecuentaban el Parque de los Niños donde había columpios y una pista de patinaje construida en 1940. Para la recreación, existía un balneario que tenía múltiples servicios como pista de baile, casetas para guardar la ropa de los bañistas y un sitio para espectáculos diversos. Allí vimos muchas veces practicar el boxeo de Kim Dumplop, quien en esta época no habría tenido contendores. Los paseos incluían la contemplación de los bellos atardeceres, sentados en las banquitas de madera, mientras se escuchaba la agradable música en el ya desaparecido balneario. Ese recorrido por el camellón terminaba en la estatua del fundador don Rodrigo de Bastidas, obra del hispalense José Lafitta, magnífico escultor que recomendó colocarla sobre las ruinas del antiguo castillo de San Vicente y la batería de Santa Bárbara. Los nombres de estas construcciones coloniales quedaron en la memoria de dos calles: la San Vicente o Cangrejal (No. 11) y la Calle Santa Bárbara o Cangrejalito (No. 10C). La playa y la bahía lo eran todo pues el Rodadero no había nacido todavía (1956) para el turismo, y cuando eran visitadas por algún turista, se alojaban en el Park Hotel, el Internacional del señor Pachón o en el Hotel Miami. El antiguo aeropuerto quedaba en “La Ye” de Ciénaga, donde todavía existe una pista para los aviones de fumigación. En la playa también estuvo en servicio una caseta de la “Scadta”, donde llegaban los pasajeros de los hidroaviones procedentes de Barranquilla.
Fuentes: Arturo Bermúdez Bermúdez (Presidente Academia de Historia del Magdalena) Museo Etnográfico de la Universidad del Magdalena Biblioteca Luis Ángel Arango